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La oscuridad se tropieza con la medianoche
y el ruido de la caída nos despierta,
a mí y a la mujer que intenta dormir al lado mío,
y que se sueña esquiando en una montaña en Colorado.
Me levanto de la cama, valiente,
me amarro los zapatos
y salgo a atrapar la noche escurridiza
que se derrite y se mete en las divisiones de las baldosas de las calles.
La noche sucede como le sucede la historia al hombre que se lo devoró el mar.
La noche sucede como suceden las cosas que habitan dentro mío.
Quise contenerla, soportarla,
pero la noche se cayó y se abrió la cabeza,
y lo de su adentro me salpicó hasta los párpados.
Regreso a casa a hacer café con la certeza de que el universo es un segundo.
Busco a la mujer que intentaba dormir al lado mío:
ahora parece más una criatura
y tiene los ojos clavados en las cornisas del techo.
Me dice que notó la frialdad de mi ausencia,
que en su sueño halló un cadáver congelado,
un cadáver que se parecía mucho a mí,
al pie de la montaña en Colorado.
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